La ciudad de Mar del Plata es importante por muchas razones. Balneario estrella de la costa bonaerense y centro de festivales y eventos, también fue el lugar donde nació, en 1921, una de las mayores estrellas del arte nacional: Astor Piazzolla.
Como compositor y bandoneonista dejó en lo más alto nuestro tango, con una renovación que dio que hablar en todo el mundo. Tras un período en París, Astor Piazzolla regresó a la Argentina con el sabio consejo de la pedagoga Nadia Boulanger que le sugirió no olvidar nunca la música popular.

Con estos preceptos como norte, Astor Piazzolla creó obras que nutrieron nuestro cancionero, como Milonga del ángel, La muerte del ángel, Invierno porteño, Buenos Aires hora cero, Balada para un loco y Adiós, Nonino.
La obra de este artista conjugó el género tradicional, la música clásica y el jazz, con lo que logró entremezclar una gran variedad de técnicas, estilos y lenguajes que le otorgaron un aspecto novedoso y de gran atractivo.

Entre ciertos sectores del tango, la música de Piazzolla tuvo detractores de los círculos más conservadores. A pesar de eso, el compositor sorprendió con un Concierto para bandoneón y orquesta, que reivindicó a este instrumento.
Fue hijo de un inmigrante italiano que admiraba a Gardel. Muy pequeño partió de “La Feliz”, donde nació, para vivir con sus padres en Nueva York. Fue en 1929 cuando don Vicente le regaló aquel obsequio que le cambió la vida: un bandoneón de segunda mano.

Capacitación y buena estrella
Astor Piazzolla tuvo la oportunidad de estudiar bajo la tutela de Bela Wilda, maestro ruso discípulo de Rachmaninov, y gracias a estos conocimientos adquiridos, supo ejecutar a Bach y a Schumann. En Nueva York conoció a Carlos Gardel, con quien forjó una amistad.

De regreso a Buenos Aires, actuó como bandoneonista en varias orquestas y fue arreglador de Miguel Caló y Francini-Pontier. Tras volver de París, se abocó al tango donde fue artífice de una verdadera revolución.